No hay paraguas oblongos para tapar a perros. Caminan arrimados al dueño y el paraguas redondo les moja el bigote y la cola. ¡Qué molesto!

Regar poco antes de que llueva un fuerte chaparrón, es trabajar en balde y encima con el traje de goma echada la capucha, asfixiante.

Se llevan los cristales a rayas de gotas verticales que caen con profusión funambulista (si te toca el asfalto, ¡chungo! Si la ría, ¡premio!) aterrizas en plancha saludando:

-¡Hola hermanas!-

Y siguen con el riego de la plaza, qué manera de hacer la competencia a la lluvia ¡tan desleal!

La tormenta ha dejado relimpias las tejas rojas de la casita baja, convecina.

Nos empequeñecemos bajo el peso de la lluvia (y del paraguas) pero…¿No es tan punitiva, no?

Tres palomas caminan rapidito – como guiones móviles – por la acera mojada persiguiéndose.

El sillón terciopelo aparcado en el balcón con toalla playera cubriéndolo ¿será por el sudor, que decolora?

Daniela Bartolomé Moro